Sobre mi derecho a hablar

Detenida. Sin intenciones recuerdo a Heidegger escribir sobre la doble negación del ser. Era consciente por un instante de aquellas ideas que sin buscarlas se presentan ante mí como "una iluminación". Mientras este suceso se imponía delante comencé a revivir cosas que quizá jamás quise retener.

Hace ya casi un año estuve en el Hospital Psiquiátrico de Caracas, una experiencia que no sólo cambió mi vida sino que me mostró con imágenes contundentes de lo que se trata una realidad a la que pensaba, era ajena.

Aquella mañana impensable, poco planeada, impulsiva y determinada cuando entré en el pabellón de mujeres y a mis espaldas una puerta que cerrándose sin querer abría un mundo no tan distante.

Todavía me atrevo a levantar aquellos olores y peculiarmente me saben amorosos y sutiles. Hace unos meses escribí sobre la experiencia que fue entrar y salir de aquel Hospital y darme cuenta que una buena parte de mí sigue perteneciendo a ese pabellón, a esa mesa partida, a esos bancos rotos y oxidados.

Y COMENCÉ:

25 DE SEPTIEMBRE DE 2008

Aquel primer día, ese en el que entré por ese pasillo, llegué a la sala y un rostro me miraba curioso a través de una ventana enrejada ¿cómo verbalizar ese momento? ese en que el pecho se hincha de recelo y las ganas de correr te anulan las ideas y la lógica.

¿Lógica? —pensé— no tenemos nada de lógica. Atravesé aquella puerta que dividía a los que estaban “locos” y a nosotros que aun no nos habían descubierto.

Puedo escribir un largo discurso del prejuicio y la distancia, puedo hablar también de lo interesante y atemorizante que me parecían aquellas caras curiosas, almas inquietas, desmedidas, desbocadas. Puedo también hablar de lo que significó sentarme uno de esos días, de aquellos días, donde yo estaba sobre una de las camas de los pacientes —luego de meses de trabajo tratando de mantener aquel espacio vital sanamente—, ciertamente, no pude resistirme y de vez en cuando cierro los ojos recordando aquella mirada perdida, triste, esos labios cerrados que sin moverse lo dicen todo.

También es posible expresar lo extraño e intenso que es sentarse en aquella mesa medio viva y detenerse un momento entre lápices y papeles a decirme a mí misma que quizá no sea tan malo estar aquí. Revivir por un instante en estas líneas aquellas eternas risas sin motivo, tales o cuales advertencias de amenazas y muerte. Sí, ésta última no menos importante se manifestaba en el pabellón de las mujeres de una manera inexplicablemente tierna y penosa.

Cuando tengo que escribir sobre lo vivido, no puedo evitar que esos olores, esas manos dibujando, tomando los pinceles perdidos, observando taciturnamente y todo esto se asome a través de mis dedos como queriendo correr entre letras y contarlo desde el principio sin perder un detalle. Describir ese nudo en la garganta pensando que a éstas horas, estarán peleando por un cigarrillo o negociando con la pasta de dientes o comentando que mañana vendrán a visitarlos sus hijos, sus hermanos, alguien que los conozca y que de vez en cuando se acuerda de ellos.

El Hospital, el pabellón, los colores, los juegos de papel, las historias, la música, los secretos, las sonrisas, los comentarios, los silencios, las lágrimas y los pesares, las ilusiones y el amor. Recuerdo cuando estábamos dibujando aquellas siluetas sobre la pared y más tarde pintando y combinando con aquel amarillo terrorífico que ningún color vivo daba, me dispuse a observar de lejos lo que hacíamos y les propuse hacer unas mariposas de papel con colores.

Puedo dedicar algunas otras líneas a las apreciaciones y las cartas que ellos nos dedicaban de vez en cuando, dándonos buenos deseos en nuestras vidas y brindándonos ciertos consejos que no debíamos olvidar. Puedo escribir, escribir y escribir todo y no conseguiré decir nada en relación a ese pulso que se acelera cuando se atraviesa ese umbral que solo nos diferencia por un nombre.

Ahora mismo, ellos deben estar volando en medio de la noche ya habiendo roto aquella puerta y escapándose hacia la única realidad que les compete: los sueños.

Una necesidad fortísima viene reclamando espacio. La necesidad de compartir un trocito de estas manos temblorosas de imágenes, gritos y abrazos.

¿Dónde esta lo que queremos?. Perdido allí en el océano inmenso de nuestro interior, en ese "desconocer" y reconocerse. Entre las imágenes paralelas que creamos a través de una cámara fotográfica o en el barro que se muestra dócil ante unos dedos inquietos. Tal vez en ese mundo surrealista que recreaba Dalí cuando, como si de un encuentro previamente fijado, pintara genialmente para darle la bienvenida a sus restos físicos y un alma que renaciendo, vuelve a su origen.

Sobre el derecho a hablar, es preciso reclamarle a la vida ese derecho ineludible a veces tardío.

Hay hombres que luchan un día y son buenos,
hay otros que luchan un año y son mejores .
hay quienes luchan muchos años y son muy buenos
pero hay los que luchan toda la vida
¡Esos son imprescindibles!

BERTO BRECHT

2 comentarios:

Este comentario ha sido eliminado por el autor.

La verdad me resulto bello este escrito... Aparte de lo bien que está redactado, logras describir con tanta calidez y humanidad las cosas que configuran ese espacio y las experiencias que allí se viven.... Y lo haces con cariño, desde la comprensión y la cercania, y no desde el prejuicio y la distancia... Es un lugar que yo tambien conocí y me evocó muchas imagenes!! Tus líneas una vez mas hablan muy bien sobre la grandeza que llevas dentro! Te admiro, Copilota!

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